Respuesta a Barañao por sus lamentables dichos

El ecologismo y sus prejuicios

Fecha de Publicación
: 18/05/2018
Fuente: Clarín
Provincia/Región: Nacional


Si miles de especies están en peligro de extinción, ¿por qué se las ningunea? Es urgente aplicar modificaciones en actividades económicas como la pesca y la agricultura.
Cómo se puede afirmar que “los ecologistas son a los ecólogos como los borrachos a los enólogos” (ver aquí) cuando el movimiento ecologista es una bolsa de gatos en la que cada cual anda con su historia, su universo de lenguajes, valores, herramientas, motivaciones?
¡Puros prejuicios! El ecologismo no aguanta el promedio. Algunos ecologistas se ocupan de la contaminación y el cambio climático, otros de que una minusculosisíma porción de las tierras y los mares no se exploten. Luego vienen los conservacionistas que intentan detener la topadora que entierra especies como nivelando caminos, y a no olvidarse de los políticamente correctos desarrollosustentabilistas, cuyo fin es no ofender a nadie.
A pesar de la dispersión de valores, se embolsa al ecologismo como un “movimiento” y se lo acusa de irracional; se dice de él que es opositor al crecimiento. Es por su culpa que en las naciones menos desarrolladas no hay esplendor. Se le endilga existir para impedir, ser ignorante y pasional, incapaz de sostener razones objetivas, inmune al análisis costo-beneficio.
Tiene alguna gracia la frase del borracho, aunque es poco feliz; reverbera el estilo de un economista, hoy desacreditado, que vislumbró para los científicos un futuro de lavaplatos. Un comentario peyorativo cosecha antipatías; mi objetivo es refutarlo.
Esto sostiene el “ecologismo”: de las 91.523 especies hoy categorizadas en la Lista Roja de la UICN, unas 25.000 están amenazadas de extinción. De éstas, siete de cada diez lo están por sobre-explotación (ejemplo: sobrepesca) o destrucción de ambientes (ejemplo: agricultura, minería, pesca); léase: unas 18.000 especies están amenazadas por acciones del desarrollo. La contaminación amenaza una de cada diez especies en peligro. De éstas, en la Argentina hay unas cuantas. Entre ellas el yaguareté del billete de $500.
A la Lista Roja aportan unos 8.000 expertos internacionales con credenciales indiscutibles. El Banco Mundial y las Naciones Unidas usan los datos de la UICN. En los mismos datos se sustenta el reclamo ecologista. ¿Por qué entonces se lo ningunea?
Los análisis costo-beneficio tienen esta forma: para que las especies dejen de estar amenazadas hay que comprometer actividades económicas: menos pesca, menos expansión de la agricultura, de la minería, del uso del agua, entre otros. La economía no se sostiene sin estas actividades. ¿Cómo hacemos?
La respuesta racional no es: sigamos adelante, es: controlemos el crecimiento y el consumo de la población humana y distribuyamos mejor la riqueza. Los ecologistas piden eso. ¿Por qué se los menosprecia?
El mar es el ambiente planetario imperante. El 2% de la superficie del océano se encuentra fuera del alcance de la pesca; ergo el 98% de la superficie del mar se expone a que se le arroje una red y quede el cementerio. No es una exageración, la amenaza de la pesca a escala industrial es regla que los datos sostienen.
Cantidad de operaciones pesqueras reciben subsidios del Estado, emplean trabajo esclavo y desechan varias veces lo que llevan a puerto. Hay datos para sustentarlo.
La ciencia ha mostrado que proteger el mar requiere quitar a la pesca de lugares sensibles en los que actúa como elefante en un bazar. Es un objetivo loable, acordado por los Gobiernos. Y hete aquí que para crear un área protegida sin pesca se necesita detrás una voluntad política de hierro. La pelea es por incrementar al 10% el mar protegido. Sólo implica que los que se sienten propietarios de los océanos atemperen su voracidad. Cuesta, y mucho. ¿No es razonable preguntarse de qué lado anda el fundamentalismo?
El Papa Francisco, en la Encíclica Laudato Si, se acerca a los “ecologistas”. Muchas organizaciones no gubernamentales comprenden bien el estado de la naturaleza. Los indicadores ambientales no mienten: los mares se vacían, las tierras se desertifican, el agua se acaba.
Se consume desaforadamente, se tienen los hijos que no se pueden educar, y la equidad es el chiste del milenio. Si esta columna fuera un artículo científico, cada afirmación precedente tendría sustento en abundantes citas de la bibliografía especializada. ¿Por qué resistirse a lo que no habla bien de muchas modalidades del desarrollo? ¿Acaso la economía mundial marcha sobre rieles de irrefutable sentido común?
Entre los ambientalistas hay irracionales. Es obvio que no se resuelven los conflictos que ponen en peligro a 5.600 especies críticamente amenazadas interponiéndose a un arpón arrojado a una ballena, pero esas insensateces son el eco de las que sustentan la “caza científica de cetáceos”.
Y mientras la carga de fundamentalismo cae sobre los ambientalistas, un artículo en The Guardian (julio 2017), señala que son asesinados a razón de cuatro por semana. Son líderes de comunidades aborígenes, guardaparques, activistas.
El ecologismo es un rejunte de fuerzas que, en mi opinión, tiene amplio apoyo en la sociedad silenciosa. Y ya que se le carga gratuitamente con el mote de alborotador, valga el comentario: es imperioso que el silencio se quiebre.

Por Claudio Campagna - Médico y Doctor en Biología
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