Cuenta regresiva para las villas del Riachuelo

Cuenta regresiva para las villas de la cuenca del Riachuelo

Fecha de Publicación: 06/03/2011
Fuente: Clarín
Provincia/Región: Nacional


Contaminación y pobreza. La Justicia intimó al Estado a erradicar los barrios humildes de la ribera del río más contaminado. El primero será Puente Bosch, donde estuvo Clarín. Un drama que afecta a un millón de personas.
Junto a la cloaca a cielo abierto más grande del país y una de las más grandes del mundo, se aparecen cuatro figuras -jóvenes o adultos, quién sabe-, a los que se adivina con más pasado que futuro: descalzos, los pies inflamados por la gangrena, venas que sobresalen en los brazos, dientes que se asoman partidos o negros o que ni siquiera existen, las caras como de espanto. Su estado no es producto del Riachuelo, o no sólo del Riachuelo, pero sí de las distintas formas que encuentra la miseria para contaminar. Una es mujer, es Norma. “Yo no me quiero ir a ninguna parte”, dice, aunque luego se verá que lo dice por decir algo, que siente que ya nada cambiará.
De donde Norma dice no querer irse es del infierno, al que aquí llaman “Puente Bosch”, un pequeño asentamiento de chapas oxidadas, cartones y madera, pegado al puente que atraviesa el Riachuelo por la calle Bosch, lado Avellaneda, a cinco cuadras de los locales de Barracas para los turistas del tango, a cinco minutos de las luces de la 9 de Julio. El asentamiento es hijo de la falta de inversión directa en la limpieza del Riachuelo -a pesar de que hubo grandes sumas asignadas (ver Millones...)-, pero también de la insuficiente política de viviendas y de la pobreza más profunda, la estructural, ajena a los promocionados números del crecimiento de la economía.
Por ser de los más afectados y también por ser pequeño -en teoría manejable- el asentamiento “Puente Bosch” fue elegido por la Justicia como el barrio testigo de un mega plan establecido para erradicar del Riachuelo a los barrios pobres de sus márgenes. Y se anticipa que no será nada sencillo, en principio porque la mudanza no incluye a todos sus habitantes y porque los plazos deseados no se corresponden con la realidad.
El juez federal de Quilmes, Luis Armella, dispuso hace 10 días que este barrio, con sus vecinos y su breve y profunda historia, deberá ser evacuado antes del 30 de abril, dentro de poco más de un mes. Luego se deberá hacer lo mismo con el barrio “El Amanecer”, en Lomas de Zamora, con el “Barrio Puente Alsina”, en Lanús, y la lista es larga. En total, se promete evacuar 16 asentamientos de 14 municipios -incluida la Capital Federal- y no menos de 2.400 familias, las más afectadas por la podredumbre y la contaminación directa de vivir junto al agua muerta. Los científicos ya han demostrado el daño del río, pero la simple vista vale como prueba: una grotesca pasta negra que serpentea el límite entre la Capital y el conurbano, en aparente inmovilidad, con la espesura del asfalto líquido, cargada de basura y de un olor que las tardes de calor se hace imposible. Con él conviven miles de chicos. Con él conviven los chicos de “Puente Bosch”. Como Raulito, de 13, que nos habla: “Yo me voy o no me voy. Me da lo mismo porque voy a cualquier lugar donde pueda vivir”, dice, y sonríe y parece agradecido por el simple acontecimiento de que le pregunten qué quiere
Raulito tiene diez hermanos más y su papá todavía le dice que NO al “paco”, esa droga letal que aniquila los márgenes, que es de venta habitual por aquí y que ya tiene al borde de la muerte a varios de los habitantes de “Puente Bosch”. El papá de Raulito trabaja de lo que trabajan todos aquí: es cartonero, se las rebusca como puede vendiendo cartón y vidrio, igual que las demás “25 o 26 familias” del asentamiento. A algunos ya ni se los cuenta: los primeros que nos reciben, esos cuatro cuerpos sin edad, como Norma, a la que suponen adulta porque tiene, dice, “un montón” de hijos.
El plan de erradicación está teóricamente en marcha. Y es producto de la intimación judicial. La cuenca del Riachuelo es responsabilidad de la Autoridad Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar), que dirige la Secretaría de Medio Ambiente en sociedad con el gobierno de la provincia de Buenos Aires y con el de la Ciudad. A pedido de la Corte Suprema, y del juez de Quilmes, los funcionarios vienen realizando planes y obras -aunque con mucha lentitud- para intentar paliar un drama que afecta indirectamente al millón de personas que habita sus márgenes. En esta etapa, se comprometieron a erradicar a las familias más vulnerables, las 2.400 que están más expuestas a “daño ambiental”. Un ejemplo de ese daño: una de las pericias encargadas por la Corte determinó que el 50 por ciento de los chicos de “Villa Inflamable”, cercana a “Puente Bosch”, tiene niveles de plomo en sangre por encima de la media -genera trastornos en el crecimiento-, producto de la contaminación “por aire” de los residuos de combustibles que ganaron el río. Las diarreas, los problemas respiratorios y las enfermedades de la piel también son mayores que en cualquier otro sitio.

¿Cómo se sale de esto?
El secretario de Medio Ambiente, Juan José Mussi, aseguró el martes pasado que la mudanza de los vecinos “ya empezó” y que “se han comprometido, con fecha de licitación, 17 mil viviendas”. Aunque el proyecto es ambicioso, el primero de los ejemplos, el más próximo, es “Puente Bosch”. Y ya se adivina con demoras y conflictos, producto, justamente, de demoras anteriores.
Para poner cifras al drama, la Justicia dispuso un censo que se ejecutó en el verano de 2008. El primer problema es que el plan de erradicación es producto de ese censo, de hace más de tres años, y la realidad de los barrios ha cambiado. En “Puente Bosch”, por caso, eran 18 familias y ahora son 26, o al menos lo eran hasta el miércoles pasado, cuando funcionarios del municipio de Avellaneda se aparecieron por allí de improviso: les dieron subsidios de 2.000 pesos a cada una de las familias no censadas y consiguieron que se fueran a algún sitio. Allí estaban ellos partiendo, con sus carritos de cartoneros y los chicos a cuestas. ¿A dónde? ¿Volverán?
“Espero que no vuelvan porque si vuelven los van a sacar”. La que habla es Estela Odriozola, evangelista y manzanera, que vive en una casa de verdad a 50 metros del asentamiento. Dueña del comedor popular donde suelen alimentarse los chicos de “Barrio Bosch”, Estela es, a puro amor, la responsable de que sus vecinos villeros no sean olvidados del todo. Ella tiende puentes entre el municipio y las familias del asentamiento, ella los convenció de que no podían resistir la evacuación. A su lado, las cosas cambian un poquito, como Norma, la mujer que esconde edad y sexo, la mujer del montón de hijos, que ahora vacila: “Está bien. Si quieren nos vamos a donde nos lleven”, dice.
Los no censados se fueron el miércoles hacia casas de alquiler, donde pronto gastarán sus 2.000 pesos. Los otros, los 18 iniciales, serán trasladados o tienen la promesa de que serán alojados en otro barrio que construye el municipio de Avellaneda en otra villa, “Villa Tranquila”, que de tranquila tiene sólo el nombre pero al menos está lejos del Riachuelo y las casas son de verdad, con agua, gas, ladrillos y cemento que hoy se están convirtiendo en un posible hogar, aunque lentamente, demasiado para estar terminadas antes del plazo previsto, si todavía no tienen ni ventanas ni revoque ni cañerías. Con seguro retraso, hacia allá irá en algún momento la familia de Raulito, que vuelve a hablar: “Me voy a tener que cambiar de colegio”, dice, como si fuera sólo eso, pero porque no sabe, porque nunca tuvo una casa de verdad.
¿Se sale de esto? Antes de habitar los márgenes de la muerte -el olor del río se hace espeso de pronto-, los habitantes de “Puente Bosch” fueron vecinos de Avellaneda o de otros municipios del conurbano, caídos en desgracia en los noventa o con la implosiva crisis de 2001. Fue allí cuando Norma y la familia de Raulito fueron llegando al asentamiento, lo fueron construyendo. En todos estos años, apenas consiguieron que el municipio les hiciera llegar unas canillas con agua potable, últimamente sólo algunos alcanzaron a tramitar el subsidio de la Asignación universal por hijo, ya que la mayoría no tiene ni documentos. Sus desechos, claro, van a parar al río, junto a las toneladas de basura y veneno que arrojan fábricas clandestinas y legales.
Lo que hicieron entonces y ahora es vivir de la calle. Juntan vidrios y plásticos y cartones, y los venden. Ariel, el tucumano, uno de los “afortunados” que fue censado, es el que los organiza. Tiene frente a su casita una balanza y allí pesa lo que consiguen él y sus vecinos. De la calle a la balanza, y de la balanza a la calle. Frente a las casitas, junto al Riachuelo, se amontonan vidrios rotos, cartones, hierros. “Una vez por semana pasan unos camiones y se lo llevan. Pagan bien”, dice Ariel, y pasa números: 25 centavos el kilo de vidrio, 50 centavos el de cartón. Alcanza a juntar, según dice, “unos 500 pesos por mes”.
¿Pueden vivir con 500 pesos? Ariel dice que sí y nadie lo desmiente. Quizá porque han perdido la noción de lo que es vivir. Quizá sea otra forma de contaminación. Que no cambiará para siempre, pero tal vez, aunque tarde y no para todos, al menos le dé a Raulito una nueva oportunidad.

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